OPINIÓN | Lo que esconde tu sonrisa, Anita

 Por Jesús Carmona
 El porqué de las cosas catódicas. 

Admiro profundamente a la gente que se toma tan en serio a sí misma como Ana García Obregón. Siempre me han preguntado con cierto embarazo el nacimiento de mi subjetividad por ella, y quizás nazca de ese descarado narcisismo  que se profesa la estrella y la persona. Ana es excesiva e histriónica sin límite, sus desbarres nos han hecho reír y nos han dado incluso abrigo. Toda ella es surrealismo, leyenda y carcajada galopante. Nadie como ella ha mezclado durante 35 años la realidad y la ficción con un tino, un drenaje y un saber hacer que me provoca deleite. 
Ana Obregón lleva violando nuestra intimidad desde tiempo inmemoriales, con series, programas y concursos de televisión. Eso es tan innegable como que ha sabido torear los tiempos de hartazgo y de sequía profesional como una jabata. Maneja el medio audiovisual con un descaro que me espanta y me apega. Por eso estoy en estos momentos drogado con su reality en Dkiss, ‘Algo pasa con Ana’, al que por justicia divina le vaticino un 1,5 o 2 por ciento de share. Ese dato en Dkiss es un éxito. 
Disecciono cada escena y siento orgasmos salvajes, porque la conozco bastante bien y sé disociar en la nebulosa de su inventiva lo auténtico de lo nacarado. Por ello, me resulta titánico ver desnudez real en la forma y en el contenido, veo a una Obregón arrasada por el personaje, impostada, interpretando su mejor pose y su sapiencia cómica. Divertida, eso sí. Pero para los que la llevamos auscultando años, no deja de ser la misma de siempre, su mejor versión. Sólo atisbo fisuras en su perfil teatral cuando está junto a Alex, su hijo. Ahí aflora la madre y se sepulta la estrella en una sombra débil. Exánime pero presente. 
Un día escuché a Màxim Huerta reflexionar sobre la actriz y vino a decir algo así: «Sintoniza con el público por sus valores, pero a mí me aleja esa sonrisa perenne que nadie mantiene todo el rato. Da la sensación que siempre está feliz, y esa necesidad de mostrar eso esconde algo». Conforme pasa el tiempo, y se amaina en mí la fiebre friki -que no la admiración-, pienso en esas palabras. ¿Qué se esconde tras esa sonrisa dibujada las 24 horas del día? Algo novedoso, rompedor para los que la seguimos sería ver a Obregón seria, enfadada, incluso sacando esa idiosincrasia y garra que todos debemos tener dentro. Me aseguran que lo tiene, pero que su intención única es proyectar en los medios sensaciones positivas. 
Ya digo, a mí me gustaría que se apeara de su trono algodonoso. Hablemos de su nuevo proyecto, que me pierdo. El percal comienza con la muerte de su gira teatral «Sofocos», el último hálito. Ese momento, junto con el partido de fútbol, el que adereza un Aless Gibaja cohibido, me parecen soporíferos, innecesarios y de relleno. Destaco el momento en que su hijo habla de la asociación para personas que tienen problemas cerebrales. 
Alessandro Lecquio llama al orden a Obregón en un momento dado de la gala posterior que me llama la atención poderosamente. «Ana, para, por favor», suplicaba mientras la presentadora se retiraba a su mesa descalza y el conde se quedaba en el estrado. Según me comentan, el segundo programa tiene más condimento que éste. El primero me ha parecido efímero, lo estimaba más duradero. El que viene está más cuidado. Me quedo conque Ana no sabía -en el momento de la grabación- el mes de embarazo en que estaba María Palacios. Y también subrayo la sorpresa de una madre cuando su hijo le habla de un proyecto especial. Naturalidad, Ana. Naturalidad. Sé tú, tía. Te comerías a la audiencia quedándote en pelotas.

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