Posicionar una marca con solo una primera edición tiene un mérito increíble; y esto es lo que consiguió el Benidorm Fest en 2022. No tenían nada de partida para atraer a la audiencia, sólo el descrédito ganado a pulso por las anteriores preselecciones, y aún así se erigieron como un fenómeno social. Pero tras una llegada meteórica y el aplauso generalizado, al proyecto se le está poniendo cara de Albert Rivera.
El festival valenciano en su estreno en 2022 suplió sus carencias técnicas con carisma, contagiando emoción y expectación al espectador. Sin perder su esencia petarda, atrajo a perfiles sociales más allá de los obvios. Y a una buena jarana, por hortera que sea, nadie le dice que no. Se estimuló una rivalidad previa imprescindible para cualquier narrativa audiovisual, propiciando el efecto bola de nieve que va sumando defensores y detractores a las propuestas musicales. Somos un país de extremos, y RTVE nos sirvió la épica en bandeja, había que elegir entre Rigoberta, Chanel o las Tanxugueiras.
En 2023, con la segunda edición, la cosa se deterioró considerablemente. El Benidorm volvió a convertirse en un producto de nicho, en una reunión de fans de Mirela o Coral Segovia. La preselección no logró llegar al gran público, el asunto se sirvió y se merendó en cuatro tardes de Twitter, y toda España bailó la 'Nochentera' en verano sin saber siquiera que había salido del festival benidormense.
Si bien la final de la edición presente ha superado ligeramente en audiencia a la anterior, con un notable 16,6% de share, las sensaciones siguen muy lejos de ese primer festival de 2022, que alcanzó el 21%. Pero más allá de los datos, la calidad vista en el escenario también dista bastante del año de Chanel y compañía.
Benidorm Fest: Cómo devaluar una marca en dos años
Especialmente la primera semifinal, emitida el martes por la noche, fue un esperpento televisivo. Lo más grave, un sonido defectuoso en el que había que detectar las voces de los artistas entre el barullo sonoro de una fábrica textil. Pero el desastre era un suma y sigue: fuegos artificiales con la potencia de cuatro bengalas, unas mesas de espera con butacas vacías que servían a los concursantes como guardarropa o una realización caótica que parecía empeñada en mostrarnos cuerpos entrecortados.
El gran problema del derrotero que ha tomado el festival es la necesidad de presentar 16 propuestas dignas a la audiencia. Quizás no las hay. No sé si es que no se presentó nadie mejor o si los que seleccionaron a los candidatos tienen el mismo gusto musical que Tony Genil. En todo caso, tuvimos que esperar a la final para ver un espectáculo digno, y mientras tanto, comernos desafines, camisetas imperio y cantantes con una cara de intensidad excesiva.
Menos es más en el número de candidaturas, y también en el de miembros del jurado. Independientemente de los especialistas internacionales, que como elemento decorativo siempre van bien, ¿quién pensó que era un buen momento para resucitar a Ángela Carrasco? ¿Qué criterio artístico le presuponemos a Carlos Baute? Y más allá de su validez como jueces, que nos da un poco igual, ¿quién ha pensado que podían tener cierto atractivo televisivo? Tener a 8 personas ahí sentadas y que no te interese lo más mínimo lo que opine ninguna de ellas tiene un mérito increíble.
El jurado decidió y conjuntamente con los votos de la audiencia hicieron ganadora a Nebulossa. Al no haber una propuesta redonda entre las candidatas, se terminó escogiendo una canción que entretiene, más que una candidatura con posibilidades de ganar el festival de Eurovisión. Nos encanta el mensaje que transmite 'Zorra' y la posibilidad de ofrecer una segunda oportunidad a una persona que supera los 50 años, pero esto no es otro programa de Toñi Moreno. Ni canta, ni baila... y tampoco sé si decirles que no se la pierdan.
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