La oportunidad perdida de Telecinco con Rocío Carrasco: lo que pudo ser y no fue

Rocío Carrasco reapareció después de cinco años sin pisar un plató de Telecinco. La entrevista aspiraba a ser un acontecimiento televisivo y con bagaje social.

Tal vez había muchas expectativas depositadas en la entrevista de Rocío Carrasco en Telecinco o tal vez era semejante el acontecimiento televisivo al que asistíamos, que no nos habíamos parado a pensar en que en un directo y ante tantos colaboradores podría transmutar en un circo. En un ring dialéctico en el que librar una lucha de egos por ver quién se lucía más ante la que debió ser y no fue la verdadera protagonista: Rocío.

Los datos de audiencia demuestran que el interés era incuestionable. La primera parte llegó a superar los 4 millones de espectadores frente al televisor y la segunda el 32% de share. Todos pendientes de la entrada triunfal de la protagonista de la noche al son de la banda sonora que se encargó de interpretar Blas Cantó, nuestro representante en Eurovisión, con la canción ‘Como las alas al viento’ de su madre, Rocío Jurado.

Podría decirse que ese momento fue el climax de la noche, puesto que la entrevista, en lugar de ir in crescendo, perdía fuelle a cada minuto por un desvío de foco y una sustancial desvirtuación de la naturaleza del espacio totalmente indignante e incomprensible. Rocío estuvo magnífica en su reaparición en Mediaset cinco años después tras el último programa de ‘Hable con ellas’, pero hasta ahí.

«Hacía mucho tiempo que no estaba tan desacertado Jorge Javier»

Carlota Corredera manifestaba la necesidad de estar a la altura de lo que se iba a vivir en la industria del corazón con esta entrevista, al ser la cara visible del equipo del documental al que prometía no decepcionar. Ella no lo hizo, pero el resto, los colaboradores, sí. Y Jorge Javier Vázquez, pese a sus enormes tablas en televisión, también. Es más, las caras de la gallega eran elocuentes y me atrevería a decir que en su fuero interno lo pensaba.

Del mismo modo que me atrevería a afirmar que hacía mucho tiempo que no estaba tan desacertado su compañero Jorge en un evento de magnitudes bíblicas como este. El presentador de Telecinco atesora una trayectoria que no admite debate, pero lo de anoche no le avala. Pueden ser muchas la razones: la histeria colectiva por lo que significaba para los anales de la televisión, los nervios por lo imprevisible o simplemente una egolatría manifiesta que muchos coincidieron en señalar y que a estas alturas, la verdad, ya poco sorprende.

Corredera estuvo sencilla, muy correcta y en el plano que le correspondía. Si algo dejó claro el programa (que fue muy poco) es que debería haber sido ella, y solo ella, la que tendría que haber estado al frente. Ha convencido con su buen hacer en las anteriores entregas. Así, se hubiera evitado, por cierto, algún que otro corte innecesario y muy poco decoroso de Jorge, que venía a ser una prueba más de que él internamente no estaba cómodo con compartir el foco con su compañera. No está nada acostumbrado a presentar acompañado y sacarle a la fuerza de su zona de confort conduce a situaciones de este calado. Tal vez no sea tan versátil como se creía.

«Un testimonio de violencia de género y no una extensión de ‘Sálvame'»

A este desatino de contar con dos moderadores se le suma la presencia de tantos tertulianos en plató. El instante cumbre se produjo cuando Rocío mantuvo un íntimo sin necesidad de ellos, cuando habló de Rocío Flores, del episodio que detonó su ruptura definitiva y especialmente cuando dio respuesta a por qué no levanta el teléfono a su hija. Y en la superficie se quedaron. Todo el tiempo enrocados en esta cuestión con preguntas tan peregrinas y poco provechosas como querer saber la manera en la que tiene guardada a Rocío Flores en la agenda. Y es solo un ejemplo que refleja el nivel de preguntas que se llegaron a escuchar anoche. Una verdadera pena cuando por delante había mucho más empaque y puntos que aclarar, como el presunto maltrato de Antonio David que ella ha puesto de relieve en los primeros episodios y que impactó tanto, que llegó a ser casi una cuestión de Estado.

Es innegable que había contenido más que suficiente para abordar y construir una entrevista en condiciones. Con esta idea, la audiencia tiene así todo el derecho a sentirte profundamente decepcionada y estafada tras quedar en el tintero lo que más ha acaparado su atención. Que nadie olvide que el relato de Rocío Carrasco ha arrastrado estas audiencias mayoritarias porque se ha convertido en un testimonio de violencia de género. En un asunto social que trasciende muchísimo más allá del género del corazón. Y no porque sea una extensión de ‘Sálvame’ como quedó constatado este miércoles. Es triste, pero ese sello se lo ganaron a pulso. Era obligado cumplir con lo que el espectador (distinto al habitual) buscaba al sintonizar con este especial. Por no hablar ya de lo prometido.

«Una falta de organización supina y una ausencia de hilo conductor»

La finalidad del parón en la emisión de los capítulos era profundizar y despejar las innumerables dudas y enigmas que han surgido a raíz de lo que se ha contado en los siete primeros. Pero se parapetaron en que el llamamiento de Rocío Flores dio un vuelco a la escaleta del programa. La pregunta realmente es: ¿existía? Como eslogan para cebar la entrevista estaba muy bien, pero eso no implicaba que frente al televisor uno advirtiera continuamente una falta de organización supina y una ausencia de hilo conductor que aportara cierto orden y sentido a la conversación con Rocío. Porque quizás considerarlo ‘entrevista’ sean palabras mayores.

Más aún desde el momento en el que entraron en escena unos colaboradores que, lejos de enriquecer, ensuciaron la noche. Es cierto que inicialmente parecía interesante y, por qué no, necesario que la entrevistada se enfrentara a las preguntas de todos ellos. De hecho, era muy atractivo que, sin ningún tipo de veto, tuviera en frente a los más críticos con ella que tanto han cuestionado su testimonio. Incluso con algo tan nauseabundo como el intento de suicidio que le empujó a dar un paso al frente y contar la verdad para seguir viva.

«Se hizo de todo menos periodismo serio y riguroso»

Sin embargo, ese interés y expectación se desvanecieron al instante mientras se era testigo de poco menos que un aquelarre donde unos se gritaban a los otros por dar la mejor réplica; donde se interrumpían constantemente; donde no contribuían a sosegar el programa, donde no preguntaban; donde no sabían encontrar su sitio y donde sobre todo no se supo aprovechar que Rocío estuviera ahí en plató haciendo algo que no había ocurrido en más de dos décadas. En definitiva, donde se hizo de todo menos periodismo serio y riguroso.

No había preguntas, verdaderamente había sentencias. Y sobre todo desencuentros del calibre del de María Patiño con compañeros como Marc Giró o con el mismísimo Fidel Albiac. La irrupción del marido de Rociíto en directo, además de ser inesperada, debería haber apuntalado el hito televisivo que podría haber sido y no fue. Pero el afán de protagonismo que también peleó Patiño eclipsó un instante histórico. Nada podía ir a peor. Tanto es así, que hasta Rocío Carrasco llegó a preguntar: «¿Pero Fidel no iba a hablar conmigo?». Esta frase bien podría ser el más ajustado y honesto resumen de la noche.

«Rocío Carrasco no pudo explicarse como necesitaba»

Todo este despropósito tuvo un impacto. Lo peor es que no solo para el espectador, que iba a la deriva mientras el programa naufragaba como si nadie estuviera a los mandos conforme avanzaba la noche; sino también para la propia Rocío Carrasco, que no pudo brillar como merecía, que no pudo explicarse como necesitaba y que, fundamentalmente, y es lo dramático, no pudo callar más bocas de las que podía haber silenciado teniendo instrumentos más que de sobra.

Jorge Javier reflexionaba al finalizar el programa con que el relato de Rocío había abierto una guerra de medios deleznable. Esa misma palabra valdría perfectamente para radiografiar lo que sucedió en plató y que muchos de los que lo siguieron calificaron de «esperpéntico«. Si algo queda diáfano tras todo esto, es que Rocío Carrasco no ha podido estar más lúcida e inteligente con la elección del formato desde el que contar la historia de 25 años de ostracismo y terror. Si no lo estuviera haciendo mediante una serie documental, su relato habría sido un absoluto desastre. Preso de una catarsis ‘salvamizadora’ infumable, peligrosa y encaminada al descrédito.

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