OPINIÓN | Varados





Anclados, la nueva apuesta de Telecinco, arranca con éxito en simulcast. Aprovechando el rebufo que ha dejado La que se avecina en la noche de los lunes, Mediaset estrenaba la nueva comedia de Globomedia que recibía críticas templadas en las redes sociales.
Más de cinco millones de espectadores estuvieron atentos a cómo zarpaba la serie de Telecinco, un 27’3% de cuota de pantalla (sumando el dato de la emisión simultánea). Al mismo tiempo se estrenaba la nueva aventura de Pekín Express en Antena 3 conducida por Cristina Pedroche que se quedaba con un 16,1%, la mitad de espectadores que su rival pero el mejor estreno del programa desde su primera edición en Cuatro.
Los datos son poco significativos, una tendencia habitual en los estrenos. Recordemos que Aquí paz y después gloria  también estuvo en el 20% del share en su estreno y a los pocos capítulos se elevó a los cielos sin que nadie la echase de menos. 
El primer capítulo no aportó nada. Algún chiste aislado pudo sacar la sonrisa al espectador pero el resto era más de lo mismo. Bajo la influencia de los creadores de Siete Vidas y Aída se anunciaba esta serie como si eso fuese, a estas alturas, un pretexto ineludible. Estos mismos que también dieron a luz a Los Quién, una serie que se fue desinflando progresivamente. Aunque más allá de los creadores, lo que importa son los guionistas. Más de un 60% de los que aparecen en Anclados también escribían en Aída, pero si nos vamos a Siete Vidas apenas repiten un par.
Creemos que redundando fórmulas repetiremos éxitos. ERROR. El espectador es reacio a tener que sentarse a ver algo que ya ha visto y que, incluso, ha hecho historia. Sin embargo en Twitter, tuvo una acogida aceptable.

En Anclados se reiteran patrones que deberían estar superados. La sirvienta deslenguada y un tanto barriobajera, la rica que baja al mundo de los pobres que tanto ha denostado y que, por supuesto, terminará por enamorarse de uno de ellos o el marido infiel. Personajes que estamos hartos de ver. Que no aportan nada, y que demuestran el poco mimo por crear algo diferente. Algo así como: «esto funciona, a ver si cuela de nuevo». 
El reparto tiene buenos nombres. Rossy de Palma, Miren Ibarguren o Alfonso Lara sería lo más destacable. Ibarguren hace de aquella Soraya de Aída cuando perdía los nervios, estridente, gritona y algo autoritaria. Es la que da el contrapunto a una trama lineal, la que imprime carácter a unos personajes que andan naufragando. En la otra orilla encontramos a Joaquín Reyes interpretándose a sí mismo. O a Fernando Gil en su habitual tono. 
Le faltó llegar. Se quedó flotando en mar abierto, como un quiero y no puedo. Chistes manidos, gags trillados y personajes a medio gas. Como el trato hacia los gitanos que con Mauricio Colmenero quedaba justificado pero que en esta serie parecía una falta de respeto. Quizá Globomedia debería empezar a cambiar su estrategia, dejar de vivir del recuerdo y renovarse. Siete vidas  o Aída no se volverá, ni debería, volver a repetirse. Son joyas televisivas que no deberían tener imitaciones. Error también de la publicidad por venderlo de esa manera. 
Aun con todo esto, creo que hay que darle una oportunidad. Me da la sensación que en el piloto había miedos e inseguridades. Tiene algo que me hace confiar en que los personajes, la trama y los guiones irán encontrando su sitio poco a poco. Siete Vidas también hizo aguas en su primera temporada, pero se le dio tiempo hasta llegar a convertirse en una de nuestras mejores ficciones. Hay que dejarla navegar para ver si consigue seguir progresando o finalmente hace honor a su nombre.

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