ANÁLISIS DE AUDIENCIAS | Semana del 6 al 12 de noviembre de 2017
Ni 40 años de aparente democracia han logrado erradicar la eterna diatriba entre las dos visiones de país. Encender la tele esta semana fue un claro reflejo de todo ello, mientras una España avanza y tolera la otra sigue anclada en los aromas cavernarios.
La pregunta más recurrente en las últimas semanas a la que debo responder es si la última edición de OT está funcionando. Amigos y conocidos, con los datos de audiencia en la mano, me interpelan para saber si tal porcentaje de share se puede catalogar como un éxito o como un fracaso. Mi respuesta suele ser algo ambigua; ni una cosa ni la otra, no es un acontecimiento televisivo pero tampoco un formato olvidable como la edición presentada por Pilar Rubio. El programa sigue su curso, con mucho más respaldo en plataformas online que en el viejo soporte televisivo. Un concurso que vive dos realidades paralelas, dos formas distintas de narrar el relato con dos lenguajes dirigidos a públicos concretos. La inmediatez, el dinamismo y la frescura del día a día de la academia son devorados por miles de jóvenes a través de Youtube, mientras la tradicional gala televisiva sobrevive de forma discreta en la noche de los lunes. El talent musical de TVE descendía hasta un 15,5% de share, un dato algo escueto si tenemos en cuenta que se fraccionó la gala en dos partes para maquillar el resultado final.
La última edición de OT ya no tiene la capacidad de reunir a toda la familia alrededor del televisor, pero es que ya no existe esa realidad en el mundo en el que vivimos lleno de hogares multipantalla. La gala de los lunes cuenta con el público senior habitual de La1, incapaz de tocar el mando para explorar nuevos mundos. A todos ellos hay que sumarle los fans más acérrimos del formato que viven con fervor dentro del 24H de la academia y que esperan a las galas para conocer el devenir de sus concursantes. Por en medio se pierden el público de edad media, que se ve algo “pureta” ante esa insultante juventud, pero también muchos de esos espectadores que siguen las aventuras de los concursantes en internet pero que el encorsetamiento del modelo televisivo se les queda algo desfasado. Los jóvenes huyen de la pequeña pantalla para consumir el mundo bajo demanda, pero siguen zampando televisión a través de otro lenguaje.
La elección del presentador era una de las grandes responsabilidades de la productora y en este caso dieron en el clavo. Roberto Leal es cercano sin resultar empalagoso, representa la cuota sur sin necesidad de exagerar los acentos y conduce sin tropiezos regalando todo el protagonismo a los “trinufitos”. Leal se reivindica como una de las caras más solventes en la presentación, el despegar de un comunicador que justifica su talento con algo más que una sonrisa bonita. Pero más allá del presentador, una de las grandes virtudes de esta edición es el perfil de sus concursantes, el reflejo de una generación que muy poco tiene que ver con el mundo que dibuja la televisión pública en sus informativos. Tolerantes, con inquietudes solidarias y sin perpetuar los roles de género arcaico. Ellas y ellos miran al mundo sin condiciones sexuales ni prejuicios, quizás no destacan por su talento musical, pero son una bocanada de aire fresco para el futuro.
Si los jóvenes de OT son la esperanza, los de Gran Hermano son la realidad. Unos son lo que nos gustaría ser y los otros son lo que somos. Conflictivos, racistas, homófobos y tránfobos. Por si fuera poco esta semana tuvimos vítores entre el público con la entrada de Carme Forcadell a la cárcel. Mientras en OT hacían guiños a la lengua catalana en el plató de Gran Hermano se desataban las pasiones más cavernarias entre los presentes. En el circo romano había más raciocino entre sus espectadores que en las gradas de Telecinco. Las dos Españas vivían su representación televisiva más certera esta semana: el respeto al diferente frente a la intolerancia, la concordia frente al conflicto. El reality de Mediaset subía esta semana hasta un aceptable 15%, y no lo hacía entreteniendo con las polémicas estériles de antaño si no con un bochornoso caso de abusos sexuales. Los dos formatos presentan actualmente datos similares, el tiempo determinará si la balanza de lo que somos se inclina hacia el Siglo XXI o retrocede hasta el paleolítico.
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