Con el auge de los Tik Tok y compañía, la verdad como tal se ha diluído, y ahora lo que prima es el impacto por delante de la evidencia. La información se difunde con mucha más rapidez, los mecanismos para verificarla han desaparecido y nos hemos convertido todos en esparcidores de bulos. Cuanto más jugosa es una noticia, más nos apresuramos en compartirla. Somos partícipes y víctimas del juego, y en esta inmediatez, quien más ha perdido es el periodismo.
La gestión informativa por la catástrofe de la DANA deja un balance muy poco alentador del papel de la comunicación en el siglo XXI. Las redes sociales han torpedeado la relación entre la audiencia y la información. Los medios tradicionales se han contagiado del estilo de los nuevos comunicadores digitales: cuanto más impacto, más likes, independientemente de la veracidad de la información.
Los programas más vistos estos días no han sido los que hacían un análisis sosegado sobre el tema, sino aquellos que tiraban de noticias sin contrastar para asustar a la concurrencia y enervar a las masas. Nos han colado informaciones exageradas, o directamente inventadas. Y ahí siguen; más allá de algunos perdones con la boca pequeña y de mucha demagogia, nadie ha perdido su puesto de trabajo.
La evaluación de la propia profesión en la desgracia de Valencia ha sido muy benevolente. Cero autocrítica. Los que se han sentado en los platós de televisión, dando lecciones de la cuestionable gestión política de la DANA, han sido mucho más serviles con sus dueños. Y los errores periodísticos se cometieron desde el primer día: a excepción de Cuatro y À Punt, el resto de cadenas ni se inmutaron la noche de la desgracia y siguieron con su programación como si nada.
La polémica de Iker Jiménez en 'Horizonte'
Casi nadie desde los púlpitos televisivos ha pedido perdón, y quien lo ha intentado ha practicado un ejercicio de cinismo para enmarcar. Ese es el caso de Iker Jiménez, que tras informar que existían muchos muertos en el parking de Bonaire y de dar voz a un tipo que se embadurnó de lodo para conectar con el programa, empezó el 'Horizonte' del jueves con un discurso que tenía más de egolatría que de mea culpa. Todo eran justificaciones y golpes de pecho, con la palabra de disculpa siempre acompañada de un 'pero'.
El cazador de ovnis soltó el monólogo inicial y Carmen Porter recogió el guante en un ejercicio de demagogia de manual. La copresentadora diluía sus errores entre los dramas de la gente, llenándose la boca del agradecimiento del público, como si el matrimonio del misterio fueran los salvadores de España caminando por las calles de Valencia. Después de este festín impúdico y de mostrarse durísimos con la desinformación, se sentaban en la mesa de 'Horizonte' Bea Talegón y Alejandro Entrambasaguas. Dos premios Pulitzer conocidos por su compromiso con la verdad.
Si bien ninguna administración pública ha sido capaz de limitar la intoxicación informativa en las redes sociales, sí que podría ejercerse una autorregulación mucho más contundente en los medios tradicionales. De la misma forma que a un supermercado se le puede caer el pelo por ofrecer un producto en mal estado, las cadenas de televisión deberían penalizar a los programas de su parrilla que difunden noticias falsas.
Pero parece que a los que mueven los hilos ya les interesa. Es bien sabido que la ultraderecha se aprovecha de las situaciones de crisis para caldear el ambiente a base de mentiras, como hicieron los nazis después del crack del 29 en un Berlín empobrecido. Tras las rendijas de la desinformación, los populismos aprovechan el caos para inocular su veneno a la población, recurriendo a las pasiones más bajas de los seres humanos para propagar su odio.
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