Con la crisis que vive la tele en abierto, que un formato supere las audiencias de su versión anterior es todo un éxito. Si además lo hace en una cadena en horas bajas, en la que nada funciona, y con un programa que fue desterrado el mérito es mayúsculo. 'Gran hermano' ha vuelto para convertirse en la tabla de madera a la que se agarra Telecinco para no terminar de hundirse. Después de más de un año de naufragio, la principal cadena de Mediaset tiene en el reality su mayor aliciente para conquistar a la audiencia. Los datos así lo avalan, con un promedio del 16,7% de cuota de pantalla en la gala principal de los jueves durante el mes de septiembre.
‘Gran Hermano 19’ ha roto por completo con ese dogma de que solo funcionan en Telecinco los concursos con famosos. Su audiencia es considerablemente superior a la edición VIP del formato que se emitió el pasado otoño, de la que nadie se acuerda y en la que participó Karina. Esto demuestra que el público tenía ganas de nuevos personajes con tramas por descubrir y que la cantera de famosillos de Mediaset ya estaba sobreexplotada. La audiencia estaba empachada de personajes absurdos a los que ya no les quedaba nada nuevo por vender ni realitys a los que acudir. La agenda de ex novios de Isa P ya no daba más de sí.
Los concursantes anónimos que vemos por la pantalla tienen mucho más que ver con nosotros que los pseudofamosos que tienen en los platós de televisión su hábitat natural. Da igual las ediciones anteriores que se pueden haber zampado desde sus casas o las horas de realitys que lleven consumidas en toda su vida, que siempre hay destellos de espontaneidad en sus comportamientos que dotan a las tramas de una autenticidad en las que el espectador puede reconocerse.
Pero por muy natural que seas, no todo el mundo vale para salir por la tele, y en eso hay una labor minuciosa de casting para buscar las piezas que hagan funcionar el engranaje. Y cuando encuentras diamantes como Maica, Óscar o Elsa, ya tienes parte la telaraña bordada. Hay que reconocerle a esta edición la elaboración de un grupo humano perfecto; con la dosis justa de peculiaridad, la diferencia latente para generar confrontación y las ganas de foco para mantener la casa con vida.
Toda buena función merece un buen maestro de ceremonias, y en este caso lo tienen. Jorge Javier Vázquez ha dejado muy atrás todos esos nervios de ‘GH Revolution’ y se ha adueñado del formato para divertir y darle esa pizca de trascendalidad que merece la liturgia. Lo disfruta y transmite su ilusión a los espectadores, saltándose el guión cuando la ocasión lo merece impregnando las galas su sello sarcástico. Como supo hacer Mercedes Milá en su día, que por muy payasa que se pusiera siempre supo transmitir el máximo respeto por el formato.
El arma de doble filo en esta decimonovena edición de GH ha sido la mecánica. Si bien en un principio fue de agradecer el desconcierto generado entre la audiencia de no saber qué sucedería con las expulsiones de concursantes, ahora tanta entrada y salida ya cansa. Se ha mareado tanto la perdiz que del desconcierto hemos pasado al tedio. Han jugado tanto con nosotros que ya nada nos parece trascendente.
Después de un mes de programa ya conocemos a los concursantes. Ahora toca que jueguen sin demasiado aderezo, que sean capaces de desarrollar sus propias tramas y que se produzca un clímax semanal con la expulsión de uno de ellos. Entiendo que la cadena, por su calamitoso panorama, necesite trufar de contenido varias noches a la semana, pero que busquen otros alicientes y que se respete la gala del jueves como la ceremonia más esperada del formato. Cíñanse por fin a lo de siempre; nominación y expulsión.
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