ANÁLISIS | Semana del 30 de enero al 5 de febrero de 2023
Ni un año ha durado el encanto del Benidorm Fest. Cuando parecía que RTVE había encontrado la fórmula para recuperar la ilusión por la preselección a Eurovisión, ha bastado con una segunda edición para darnos cuenta que lo de 2022 fue solo un miraje. La elección del representante español vuelve a ser un producto de nicho, solo apto para eurofans con fe ciega en su tradición anual.
En 2022 se consiguió lo más difícil, posicionar el festival con su presentación. Y no era nada fácil. Hacerse un hueco cuando nadie te conoce y el estigma eurovisivo te persigue suponía un reto importante. Y se hizo, y muy bien. Todos celebramos una preselección que suplió sus carencias técnicas con carisma, contagiando emoción y expectación, que al final era lo que importaba en un evento de estas características.
¿Y dónde residía el carisma en la primera edición del Benidorm Fest? En su diversidad, esa que sabe abarcar públicos diferentes con una oferta variada de conceptos. Pero no de cualquier manera y como un batiburrillo sin sentido, con medida para que cada propuesta tuviera su espacio para darse a conocer y diferenciarse del resto.
El año pasado tenías que estar muy aislado del mundo para no sumarte al fenómeno. El festi, sin perder su esencia petarda, conseguía atraer a perfiles sociales más allá de los obvios. Modernos, gallegos, groupies de Azúcar Moreno, feministas, esnifadores de purpurina… todos tenían cabida, por una razón u otra, en esa fiesta. Y a una buena jarana, por hortera que sea, nadie le dice que no.
También se estimuló una rivalidad previa imprescindible para cualquier narrativa audiovisual, propiciando el efecto bola de nieve que va sumando defensores y detractores a las propuestas. Una competición sana, a excepción de cuatro pajilleros con pokemons en la foto de perfil, que supo mantener la emoción hasta una final que se vivió como un clásico (citando a Ana Mena, ella sí que era el momento).
¿ Y qué hemos tenido este año en el Benidorm Fest? Una amalgama de artistas en su mayoría sin personalidad, o con una personalidad por afianzar. Se quiso ampliar el número de candidaturas para estirar el chicle, y a veces menos es más. Es mejor tener pocas opciones pero con sello propio que no un amplio catálogo de artistas que hasta hace cuatro días no tenían ni nombre. No les quito ni mérito ni talento, pero en este caso no es suficiente con cantar bien.
Y me diréis; este año también había un grupo que representaba la diversidad lingüística de España y dos gemelas con miles de seguidores en redes. Y vale, pero Siderland de folclore catalán tiene lo mismo que Elsa Anka, y su música cantada en sueco podría ser una primera maqueta de Avicii. Todo mi respeto hacia ellos, pero en Catalunya nadie los conocía. Y las Twin Melody, pues serán muy buenas en lo suyo, pero artísticamente no son asumibles para una persona adulta con un mínimo de madurez vital.
Los datos son los que son y no hay hostia de realidad más objetiva para confirmar el desencanto. La final del Benidorm Fest 2023 se conformaba con un 14,7% de share y casi 1,9 millones de espectadores de media. Un registro muy inferior al de la edición anterior, dejándose más de un millón de fieles por el camino. Por no hablar del descenso en el número de votos recibidos por teléfono, bastante sintomático de las pocas pasiones levantadas por Blanca Paloma y compañía.
Con todo, y por lo vivido el año anterior, démosle un voto de confianza a la organización y confiemos una propuesta más estimulante para la edición del 2024. No es una ciencia exacta, y entiendo que escoger a los seleccionados no debe ser fácil. Pero sentemos las bases. Esto vendría a ser como si te tocase hacer una playlist para amenizar una fiesta con un público variopinto. No puedes poner entero lo último de Beyoncé ni toda la discografía de Mocedades. Encontrar un equilibrio, pero siendo conscientes del momento. Y del presente.
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