ANÁLISIS | Semana del 15 al 21 de febrero de 2021
La opinión pública no está cimentada en criterios éticos o morales sino más bien en la selección que hacen los medios de comunicación de aquello que es noticiable.
No descubro nada nuevo si digo que las preocupaciones y anhelos de la sociedad vienen muchas veces condicionados por los inputs que recibimos a través de los medios de masas. Nada existe hasta que no aparece en televisión, o en Twitter a partir del siglo XXI. No es que la gente no padezca en carne propia las consecuencias de una crisis o la falta de libertades, pero en infinitas ocasiones las prioridades de la población vienen determinadas por los medios de comunicación y la selección que hacen estos de las noticias del día.
Pongamos un ejemplo de esta misma semana. Miércoles por la tarde, en Sevilla y Barcelona se convocan manifestaciones delante de la sedes de Endesa para protestar contra los cortes de luz y el abuso energético. A esa misma hora, en distintas ciudades de España, cientos de personas se manifiestan por la entrada en prisión de Pablo Hasél. La protesta contra Endesa no apareció en ningún informativo, la segunda lleva días siendo la noticia que abre todos los telediarios. ¿La diferencia entre una y otra? La espectacularidad de las acciones realizadas en las convocatorias.
Probablemente es mucho más sangrante que miles de personas vean agravada su situación de pobreza por el corte en los suministros eléctricos que no la entrada en prisión de un rapero, también injusta. Éticamente, una debería doler más que la otra. Pero los criterios que rigen las prioridades periodísticas nada tienen que ver con la conciencia social. Una protesta sin violencia no interesa a los medios, sin espectáculo no hay noticia. Y de esta forma, filtrando lo que es o no destacable para salir en televisión, los directores de informativos terminan condicionando la opinión de todo un país.
No deja de ser un pez que se muerde la cola, un círculo hipócrita del que todos acabamos formando parte. Los mismos telepredicadores que se rasgan las vestiduras ante los lamentables disturbios vistos esta semana son los mismos que solo se hacen eco del grito de la calle cuando este acarrea violencia en sus acciones. Y la audiencia terminamos devorando con mucho más interés una reivindicación con conflicto que no un paseo sin disturbios por la Castellana.
Llegamos entonces al gran tema; ¿es necesaria la violencia para que una lucha popular llegue a los medios, y por ende, a la agenda política? Y es que las manifestaciones, cuya finalidad es remover conciencias, parece que no tienen el suficiente foco para llegar a la audiencia si no son capaces de alterar con virulencia la paz social a través de sus protestas. Quizás peco de naif, pero me gustaría apelar a la originalidad antes que a la violencia para remover conciencias. Por es importante demandar a los medios que abran un poco más la mirada para no quedarse solo en la barbarie.
Por ejemplo, si Ana Rosa Quintana quería analizar la detención de Hasél con rigor periodístico, quizás Santiago Abascal no era la persona más adecuada, no lo es nunca, para abordar el tema con algo de sentido común. Pero a AR ya sabemos desde hace tiempo que la moderación le parece una ordinariez. El alarmismo y los análisis de brocha gorda poco o nada aportan al conflicto, siempre hay que ir al punto de partida de la reivindicación para intentar aportar algo de conciencia crítica a los espectadores.
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