ANÁLISIS DE AUDIENCIAS | Semana del 4 al 10 de noviembre de 2019.
La presencia cómoda de VOX en los grandes debates electorales de esta semana es la prueba fehaciente del retroceso democrático que vive España en 2019.
Lo damos por sentado, ya nadie se cuestiona la idoneidad de un partido de ultraderecha en un gran escaparate comunicativo. No es reprobable que la televisión invite a Abascal o Monasterio a sus debates, su representación en el Congreso de los Diputados los avala. Lo que debería alarmarnos es que difundan sus mensajes de odio sin reprobación alguna. Lo suyo no es solo ideología, es un ataque frontal a los derechos humanos. Esos que muchos se rasgan las vestiduras en defender en Venezuela, pero que miran hacia otro lado cada vez que los neofranquistas abren la boca.
Semana de debates con audiencias millonarias y ahí estuvieron ellos, el Cid campeador y la arquitecta confusa, ataviados con su look de corderitos degollados, para seducir con sus mentiras a ignorantes y fascistas. Y es que ese es su terreno, el del dato tergiversado y la exaltación de las bajas pasiones. Difama, que algo queda, es la gran máxima de VOX.
Sus intervenciones fueron brillantes para sus parroquianos. Con un tono moderado, parecía que estaban abogando por la paz mundial cuando su discurso traspiraba todo lo contrario. No hace falta hacer propuestas cuando te escudas en la demagogia más primaria. Si te preguntan sobre el cambio climático y no tienes nada que aportar, por ignorancia o idiotez, siempre puedes hacer como Rocío Monasterio y cargar las tintas contra Greta Thunberg.
A excepción de Irene Montero, nadie se atrevió a confrontar el manual del buen español impuesto por el partido verde. Mientras el presidente del gobierno hacía sudokus y Albert Rivera se convertía en el rey del mercadillo, ahí estuvo Santiago Abascal luciendo sonrisa mientras inoculaba su discurso racista.
No hemos llegado únicamente a este punto de normalización de la extrema derecha por la inacción del resto de fuerzas políticas, ahí también los medios tienen gran parte de culpa. Ana Rosa Quintana reivindicando que VOX no es un partido fascista; TVE retirando el apelativo de ultraderecha para definirlos y televisiones dando cobertura a sus actos como si de un concierto de Rosalía se tratase. De aquellos polvos, estos lodos.
Dejando de banda los intolerantes y centrándonos únicamente en el aspecto televisivo, lejos de aportar más audiencia con su presencia, el debate celebrado el lunes con Santiago Abascal bajó considerablemente el número de espectadores respecto a los celebrados en abril. En este caso más de ocho millones y medio de españoles siguieron un debate auidovisualmente nefasto. Encorsetado, testosterónico y con un grafismo más propio de un videojuego de los 80.
En este caso más de ocho millones y medio de españoles siguieron un debate auidovisualmente nefasto. Encorsetado, testosterónico y con un grafismo más propio de un videojuego de los 80. Por no hablar de una realización imposible que pinchaba planos del todo intrascendentes cuando hablaba alguno de los candidatos.
Mucho más dinámico fue el debate capitaneado por Ana Pastor el jueves en La Sexta. Pese a competir con el final del culebrón más visto en España protagonizado por Adara y Gianmarco en ‘GH VIP’, ‘El debate 7N’ logró un excelente 19,2% de share. Un evento televisivo muy por encima del celebrado el lunes por la Academia TV: intervenciones más breves y menos ególatras de las candidatas, una presentadora presente en busca concreciones y una puesta escena que facilitaba la digestión visual ante tanto concepto.
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