Son las 20:30 de la tarde del viernes 19 de enero. Las entradas hay que recogerlas, como siempre que hay un pase de prensa, media hora antes. Llego a la entrada y me parto ante el momento en el que decenas de señoras corean el nombre de Carmen Borrego.
Continúo intentando pasar hacia los encargados de entregarme las invitaciones. Hay un inconveniente. Lidia Lozano aparece en escena ante la expectación las mismas señoras, y un niño, que advierte que también está el reportero Kike Calleja.
Entramos en el teatro. No sin antes adquirir una consumición a precio de riñón, pero bueno, está justificado porque sabemos dónde venimos.
Estamos en la primera fila del primer anfiteatro. Asientos uno y tres. Sitios geniales porque podemos ver todo el espectáculo. Y antes de comenzar la obra dos mujeres de mediana edad nos comentan que vienen de parte de “El Mundo”.
Hay señoras que exclaman: ¡Rafa Mora, mira, ahí, a la izquierda! Hay otras que dicen: “La Terelu parece más borde en la tele”. Cosa que yo no comparto porque detesto cosificar a una profesional que viene a divertirse a la obra de una compañera. Y que además gana mucho al natural.
Miro al patio de butacas y ahí están Rafa Mora, Laura Fa, Antonio Pagudo, Loles León, Ricardo Arroyo, Carmen Borrego, David Valdeperas y hasta la mismísima Susana Díaz Pacheco. La Secretaria General de la Federación andaluza y actual Presidenta de la Junta de Andalucía.
Cuando la luz comienza a ser tenue nos percatamos de la escenografía. Media pantalla del Capitol muestra un “sanatorio” y debajo, tres puertas, una mesa, tres botes rellenos de “caramelos” y mucha energía.
Comienza la obra entre risas y el desparpajo de una Paz Padilla que, como uno de los personajes de los que interpreta, supura talento. Comienza un monólogo que hace las delicias de los que estamos viendo la obra con la expectativa de una ópera. Aunque, siendo Sabroso, pretendemos que haya un punto de “mamarrachismo”. En ningún momento sientes que “La Chusa” o la presentadora de “Sálvame” estén protagonizando el texto que Félix ha escrito.
Dos compañeras le acompañan, a quienes tengo que decir, que el autor de este montaje teatral no les ha dejado atrás. Al revés, el reclamo publicitario parece Paz, pero el talento es el denominador común de esta obra. Cuya función no solo es disfrutar, también discernir.
Natalie Pinot está espléndida. Los personajes que interpreta ruedan entre la complicación, el caos y la técnica de una actriz profesional que no solo sigue un guion, sino que también tiene que vivirlo. La interpretación exacerbada en lo gestual, hace que el espectador quede prendado de cada uno de los personajes a los que interpreta. Cual actriz que emociona en cámara, se adapta a las tablas para hacer disfrutar al público que emite carcajadas en las bromas menos obvias, pero más puntillosas y trabajadas.
Rocío Marín se luce. La dicotomía de su interpretación hace que esté espectacularmente aplaudible. Consigue, con sus pausas, que el público se arranque en los momentos más fuertes de los monólogos del montaje. Aunque, para un servidor, no sean las bromas más ingeniosas aunque sí más comúnmente graciosas. Sus personajes son los más ocurrentes. Pero una actriz a la que quizás no conoce el gran público, se mueve por lo complejo de la comedia más irreverente. Es cierto que las influencias, como Paco León en “Homo Zapping”, se comentan entre el público. Pero solo en uno de los personajes.
Sublime. Ingenuamente feroz. Tremendamente eficaz. Rocío, señores, suda talento. Ese es el veredicto de unos aplausos que no pueden ser mentira.
Paz Padilla. Ya conocemos a este monstruo de la interpretación en platós de series como “La que se avecina” y como presentadora de televisión. Lo que no conocemos de ella es la versatilidad de interpretar varios personajes en una hora y media sin que se le caigan los anillos. La humildad y el agradecimiento que mostró cuando se acabó la obra, cuando subió a todo el equipo al escenario solo son equiparables al talento de una artista que tiene más que dar que recibir.
Es cierto que es una loca, una inconsciente teatral, una excesiva emocional y una trabajadora nata. Pero claro, esto en la obra. Si lo ves, lo notas. Notas las horas de ensayo, el prestigio de subirte a un escenario con un personaje interiorizado. También se nota cuando alguien quiere equivocarse, rectificar y que el público note esa humildad. Se nota que prima la diversión del que siente las tablas y no solamente se luce. También se nota que el mundo de la comicidad viene innato para algunas personas. Me dirijo a ti, Paz. Nunca dejes de renderizar y profesionalizar esa búsqueda actoral a la que te expones con cada nuevo proyecto. Paz, hija, te sales.
Félix Sabroso, el gran Félix que tiende a capitanear a grandes. Chico, como siempre, no dejas de ser un alma, una mente y una personalidad de la que tenemos que aprender. Tú sueñas, pero lo mejor, es que consigues, que soñemos contigo. Gracias.
La obra acabó con un final sin sentido, como todo lo demás. Con señoras que seguían mirando dónde estaba Terelu mientras el resto del público se rendía al talento. Hora y media de espectáculo en mayúsculas escrito e interpretado por quien solo tiene el mérito, de quien pueda, quiera, sienta y entienda que quiere dárselo. Talento en estado puro. Ingenio en la onomatopeya de la fantasía, y un gruñido en lo mediocre de la rutina que necesita ser cómica.
Vamos, que salimos del teatro con una sonrisa. Con el recipiente de palomitas vacío. Un par de fotos que hicimos sin que nos vieran, y con las ganas de que triunfe el teatro. Porque los artistas tienen que comer y sobrevivir. Y como actor os digo que, a día de hoy llenar la nevera con el teatro es un logro comparable con que no te den garrafón en una discoteca.
Gracias Felix, Paz, Natalie y Rocío por hacer del Capitol, de nuevo, el imperio de la comedia y la inspiración de quien entiende el arte. Gracias, artistas.
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