Tener clase es nacer con la suerte de contar con ella en tu acervo personal. No todo el mundo puede presumir de ella, aunque la intenten alcanzar, se tiene o no se tiene.
El fallo original es perseguirla en alguna de sus facetas más vistosas, aspectos aparentemente visibles como el modo de vestir o de entablar una conversación, pero repito, con ello se nace y normalmente se cae en el más absurdo de los ridículos cuando se cree poseerla sin haberla ni tan siquiera conocido.
En televisión, al igual que en la vida real, tener clase implica algo más que lucir con elegancia ciertas prendas, tener clase obliga, sin esfuerzo alguno, un exquisito comportamiento natural. El pasado lunes, en Maestros de la costura, el estilista Josie hablaba de cómo alguien posee el don intrínseco de actuar y desenvolverse en la vida sin el esfuerzo de tener que demostrar nada, con la naturalidad y el saber estar que de fábrica se tiene asignado. En TVE cuentan con ejemplos que sirven para confirmar la premisa del estilista, sin ir más lejos, la conductora del programa de costura, Raquel Sánchez Silva, irradia clase por doquier. Conocemos de sobra su excelente carrera profesional, un recorrido laboral que ha ido labrando paso a paso sin más ayuda que su esfuerzo y dedicación. Su mirada y elocuencia frente a la cámara hacen de Raquel un verdadero animal televisivo que derrocha clase en cada movimiento. Por encima de todo lo palpable, la presentadora de Maestros de la costura, atesora valores que transmite sin esfuerzo a través de la pantalla, demuestra su clase con benévolas intenciones cargadas de positividad y una predisposición sin igual a la crítica constructiva. Su compañera, la presentadora de Masterchef, Eva González, es otro valor en alza que, tocado por la varita mágica del buen hacer y el buen gusto, nos brinda la clase innata que alberga la sevillana. Mujeres decididas a comerse el mundo sin la necesidad de pasar por encima de nada ni nadie, con el único trampolín de su trabajo y profesionalidad.
Desgraciadamente todo tiene su cara y su cruz. No todo el mundo tiene ni la disposición ni el brillo necesario para lucir con esa luz propia. Hay personas, morfológicamente hablando, que viven en el lado opuesto a la elegancia, envueltos de carroña y con una carencia de clase que se evidencia en un solo abrir de boca. Son los componentes de aquellos programas que, casualmente, suelen acompañar sus títulos con la coletilla ‘deluxe’ y se jactan del glamour de sus contenidos. Hablo de personas que todo lo cuantifican, personas que por una cifra interesante son capaces de tratar con el menor de los respetos cualquier asunto delicado sin caer en el daño o las consecuencias que puedan ocasionar, personas de baja estima que satisfacen su moral incrementando beneficios a golpe de un talonario inflado de morbo y crueldad.
Basta de creerse invencible, ¿hasta cuándo tenemos que tragar con las desdichas y la incultura de personajes que se creen por encima del bien y del mal? Ante el triste final del pequeño Gabriel, muchos han sido los medios que han tratado la noticia de manera efectiva, informando y respetando el dolor de sus familiares y amigos, otros, esta calaña anteriormente referida, ha tratado de sacar audiencia de la única manera que sabe hacerlo, hundiendo el dedo en la llaga del morbo y el amarillismo, subiéndose, una vez más al carro de las desgracias para hacerse con un trozo del pastel. Con clase se nace, y no se puede presumir de ella si no has podido ni tan siquiera olerla de cerca.
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