ANÁLISIS | Semana del 14 al 20 de octubre de 2019
Las reacciones a la sentencia del procès trastocaron por completo la parrilla televisiva. La semana dejó poco margen para el entretenimiento y muchas imágenes para el olvido.
Noche tras noche los focos sobre Barcelona. Miles de manifestantes y algunos periodistas intrépidos conviviendo, o malviviendo, sobre el asfalto de la ciudad. El derecho de unos a manifestarse y el de otros a informar chocando, al ponerse el sol, por el salvajismo de cuatro energúmenos que solo se representan a ellos mismos, y de salvajes también los hay con porra. Contenedores quemados, proyectiles de plástico y cristales rotos conformaron el escenario de las noches catalanas.
Informar se convertía en una actividad de alto riesgo e intentar de impedirlo en una actitud neardental. Pero no hay que hacer pinceladas de brocha gorda y meterlo todo en el mismo saco, no eran los mismos manifestantes pese a compartir bandera. Por un lado estaban los miles de individuos pacíficos que salieron a la calle a pedir la libertad de sus dirigentes, por otro los exaltados que increparon a los periodistas y por otro los asilvestrados que solo buscaron el caos sin importarles la causa. El trabajo de la televisión consistía en saber discernir entre ellos y no presentarlos al espectador como una masa uniforme con intención de quemar el mundo.
Objetivo fallido por gran parte de los medios, que lejos de separar a las manzanas podridas condenaron a un movimiento entero. Entre tanto púlpito periodístico enervado con los manifestantes también hubo quien supo hacer su trabajo y ceñirse a la objetividad más absoluta, como en el caso de Carlos Franganillo al frente de TVE. Meritorio también el trabajo de betevé, la televisión local de Barcelona, que por unas noches se convirtió en los ojos de unos ciudadanos que no encontraron en TV3 una ventana a la información de los acontecimientos. Eso sí que fue “más periodismo” y no lo de Ferreras.
Pero el papel de la televisión en todo este conflicto no puede juzgarse solo en el ahora, podemos ir unos cuantos años atrás para identificar parte del germen que ha avivado muchas de las hogueras. Por ideología o por el beneficio en forma de audiencia que aporta siempre la disputa, son muchos los telepredicadores en las dos orillas que se han dedicado a inocular el odio al diferente entre sus espectadores. Ridiculizar a la “gente de paz”, menospreciar los sentimientos nacionales o criminalizar una idolología es igual de dañino que quemar contenedores en medio de la calle.
No hace falta que diga, o sí, que por muy atizadores que sean algunos informadores en ningún caso justifica las agresiones a periodistas. Pero de la misma forma que se condena desde los medios dichas agresiones también me gustaría ver la misma indignación cuando los que reciben los golpes son los manifestantes pacíficos, o los ilusos votantes del 1 de octubre. Y otra cosa, si hay un grupo de trogloditas con la bandera del aguilucho no se les dice constitucionalistas, se les llama fascistas, más que nada por respeto a esa Constitución que tanto santificáis.
El trabajo del comunicador también consiste en escuchar, en intentar comprender al que piensa diferente y ponerlo en el foco no solo cuando su actitud es reprobable. Hay que abandonar los pensamientos absolutos, de nada sirve dar voz solo a aquellos que reafirman nuestras posiciones. Es muy hipócrita lamentarse del desenlace si nos dedicamos a derribar puentes por el camino. La gente, por lo general, es buena, dejemos de alentar las pasiones más bajas desde nuestras trincheras.
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