La finalización de 'Supervivientes 2017' conlleva la clausura de sus localizaciones más emblemáticas. Si la última gala es sinónimo del cierre de la palapa, también lo es el desalojo de La Casa del Árbol, lugar que ha servido como hogar a Kiko como residencia en la que se jugaba una segunda oportunidad.
Pero la travesía de Kiko en dicho lugar no ha sido fácil, no solo por el hándicap que supone el vivir solo y sin la ayuda de sus compañeros, sino por las pintorescas visitas que ha recibido. Primero, Oriana regresó a Honduras como fantasma del pasado y solo duró 12 horas, luego, Lucía Pariente hizo lo propio como fantasma del presente y tuvo que ser expulsada por la organización después de una gran bronca. Finalmente, Maria Lapiedra desembarcó en las islas como fantasma del futuro y concursante de la próxima edición.
A pesar de que la semana ha sido la mejor de todas, Kiko no ha sentido pena al ver a su compañera marcharse. "Sabiendo que son los últimos días, preferiría haberlos pasado solo", confesaba el ex tronista a Jorge Javier. Además, Kiko no tardó en definir a la que fuera su compañera, "es muy espesita, un poco infantil. Es graciosa y tiene sus cosas buenas, pero no me da pena que se vaya".
El reencuentro con sus compañeros
Pero después de que María partiera rumbo a España, Kiko puso rumbo a la palapa. Allí, rompió en lágrimas al hablar con el presentador y hacer un balance de todo lo que ha supuesto el concurso para él, tanto a nivel competitivo como profesional.
Los que no han vivido tan bien la vuelta de Kiko han sido sus compañeros. Después del juego de recompensa, los concursantes volvieron uno a uno a la palapa para encontrarse con el que creían como ya expulsado, recibiéndolo con una mezcla de tibieza y sorpresa ante la posibilidad de que el programa se alargara.
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