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OPINIÓN | La confesión privada de Aless Gibaja

 Por Jesús Carmona
  El porqué de las cosas catódicas. 
 
Vuelve a ser domingo, y me asalta la melancolía. Cada día muestro más desapego por la vida social y me arrugo en casa, lejos del mundanal ruido. Y si encima llueve incesante, el desgajo lacrimógeno puede germinar sin filtro. Encuentro acomodo y relajación frente a la televisión, habida cuenta de que es el único día en que fijo mi atención en ella sin disloques.

Me gusta la tele los domingos. Anda surtida a rabiar, y me da el confort del que la sociedad carece. Aquí me tienes buceando vagamente por los canales, desojando la margarita para quedarme prendado de algo. El pasado domingo se desvirgó en términos de reality Ana Obregón, con escaso acierto y nula frescura. Anita cuenta con un potencial que se emperra en barnizar con una frivolidad tan absurda como vergonzante. Pasó inadvertida y eso la tiene preocupada en exceso.

Me cuentan algunos amigos de la actriz que no cesa en preguntar a propios y extraños en qué pudo fallar y el porqué no sintió el abrigo en la audiencia. Obregón necesitaría escuchar las voces críticas con más estruendo que las amorosas, lleva tiempo pérdida en el limbo de lo vanidoso. Mi padre me mandó un artículo donde dieron en la diana, aduciendo que aquello no es un personality, sino una serie, de lo oscarizada que se la ve a Ana.

Ayer me llegó un audio al Whatssap de la mano de un colega en que se podía escuchar a Gibaja, con su timbre de voz aflautado de costumbre, manifestar su entendimiento por el resbalón de Obregón. Incluso él, creyéndose entre amigos y en la más impenetrable intimidad, escupió que no llegó a sentirse distendido durante la grabación. "Ana acapara y es muy intensa", apostilló.  "Pero la quiero", zanjó. 


Me hundo en el sofá de algo parecido al alborozo cuando la veo hablar de su serie Ana y los 7.  En un presente chirriante, teniendo en cuenta que acabó en 2005. Sigo zapeando en busca de la hipnotización. Y sólo hallo deleite en Miguel, el concursante de Gran Hermano 17. Cuenta con un no sé qué y un no sé cuántos que me gusta. Gusta y emociona. Cuando lo miro profundamente -más allá del formato, la carátula y el show- me empapo de emoción, carencias, sufrimiento y desgarros afectivos. Lo percibo crédito de seguridad en sí mismo, me gusta cuando llora y pide abrigo con ojos de sinceridad; me acongoja cuando narra sus desvelos y sus defectos llenos de negrura. Me conquista cuando se desgañita y jadea por lo imposible,como cuando pretende pillarle la carrera a su calvicie. Puede que hoy, día londinense y mojado, sólo me arrastre la sensibilidad. Puede.


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