OPINIÓN | El trastazo laboral de Jorge Javier

 
EL PORQUÉ DE LAS COSAS CATÓDICAS | Por Jesús Carmona.

 

 

Pensaba que no tendría suficientes días de aliento vital para vivir esto que estoy a punto de declamar en estas líneas que redacto entre sacudidas de desolación: Jorge Javier Vázquez ha conocido el fracaso profesional. Hasta hace nada, unos minutos quizás, creía que el catalán fue creado no sólo como producto de un coito progenitor, sino amparado por una estrella que lo convertía en intocable, insuperable y magnánimo. Algo así como un ente que pese a su hechura y pesadez practicaba las artes de la levitación sobre lo mundano, defendía que vivía siempre ‘arriba’, que nada corrosivo, pringoso ni humano podría siquiera rozarlo. Que eso, lo fangoso y desagradable, se lo dejaba, en su infinita generosidad, a aquellos infelices que confiesan, ilusos, que el fracaso es una nueva oportunidad para empezar de cero.

Eso creía de Jorge Javier Vázquez hasta que he leído en un grupal de WhatsApp de los que matamos televisivamente, que ‘Cámbiame Premium’ se levanta por sus nefastas audiencias. Ahí he sido consciente de lo vulnerables que somos, de que esas capas que nos imponen o nos ponemos para guarecernos de la realidad, son una tapadera cruel y barata. Que todo es mentira. Como prueba para rematar, aquí otro botón: Nadie conoce en Nueva York a Isabel Preysler, y la pobre se pensaba que iba a sufrir el mismo fusilamiento mediático que en España. “Quién es esa señora que acompaña a Vargas Llosa”, se comentaba. Me aseguran que Preysler no tiene ganas ni de vestirse ni de chutarse bótox. Qué pena.

Pues eso, que como programa cortito, de access, de aperitivo, de tapa, ‘Cámbiame Premium’ tiene hasta un pase, pero ya como ración empacha y satura. No lo digo yo, lo dice la audiencia, que le ha puesto los cuernos cada semana a Vázquez/Telecinco hasta desangrarlo vivo. Y en directo, muerte en vida y lenta. Y como postre, carente de sal, luz y vitamina, una sosaina llamada Rocío Carrasco. Tenía visos de estrellarse. No me alegro de la desgracia, ojo. Me apena, pero también está bien que cada persona pruebe de todo y la balanza de lo justo se equilibre. Y ya parece que lo está haciendo.

Con la programación otoñal ya vestidita, las televisiones están exponiendo lo mejor de sí mismas. Y para ello juegan con todas las bazas. Y algunas copiando descaradamente, todas. En el caso de TVE, ser una rémora de Mediaset le ha venido de perlas. Ha cogido un sofá, vintage y añejo (no tienen un duro, dicen), han sentado a un hombre llamado Bertín Osborne y han charlado semanalmente con personalidades variopintas. Y de momento, les ha ido de traca. Salud y suerte para ellos, como diría Montero. Mediaset, como maestra de lo surrealista e hipertrofiado, no iba a ser menos. Ha cogido a Ana Rosa y la ha metido entre las sábanas mugrientas de Pablo Iglesias y las de seda de Rajoy. Los políticos, tal y como abrió fuego Teresa Campos en su sección Su señoría es persona, han entrado en las casas de los españoles y se sienten cómodos y distendidos. Y todos ganan en un año de elecciones. Y claro, Susana Griso –Sí, todavía hay en las mañanas de Antena 3 una presentadora llamada Susana, aunque parezca mentira dada su discreción mediática desde que le cedió el foco a Mariló- también dicen que está a punto de subirse al carro de las vanidades políticas. Por un punto de más, lo mismo hasta se desmelena, se descalza de su imagen rígida y frígida y se pone el pijama de Pedro Sánchez. El mundo al revés. Y no me quiero despedir sin lanzar una pregunta al aire: ¿Por qué ningún político quiere que Mariló se meta en su cama? Me consta que se la corroe la envidia, de la malísima.

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