‘Todas las veces que nos enamoramos’: El rayito dosmilero de Netflix que te atravesará el corazón

La nueva serie juvenil romántica de Netflix es un bonito y nostálgico relato protagonizado por Giorgina Amorós y Franco Masini que se estrena este martes 14 de febrero por San Valentín

(Es recomendable leer esta crítica con la canción de fondo «No sabe dónde va», de Amaral)

«Sí, esta es una de estas historias donde ya sabes lo que va a pasar, o casi, y querrás verla igual. O a lo mejor no, a lo mejor no sabes lo que va a pasar y eso es mucho mejor», así empieza ‘Todas las veces que nos enamoramos‘, la nueva serie de Netflix producida por El Desorden Crea, creada por Carlos Montero (‘Élite’, ‘El desorden que dejas’) y que, tras el éxito global de ‘Sky Rojo 3’ y ‘La chica de nieve’, apunta maneras a ser el nuevo bombazo de la plataforma en este 2023.

Porque la ficción juvenil de Netflix tiene todo lo que nos gusta, a las nuevas generaciones y a las que se les ha encogido ya más de una vez el corazón con historias de amores intensos que duelen; porque es ese rayito dosmilero que te atravesará el corazón y cuando eso pasa, como dice Da (interpretado por un sublime Carlos González), «date por jodida» (se viene segundo visionado). ¡Pero vayamos a la historia!

El primer gran acierto de ‘Todas las veces que nos enamoramos’ es que transcurre entre el 2003 y 2004, con pequeños saltos temporales al presente. Una época que se recuerda cada vez más con nostalgia, cariño y hasta con una cierta envidia y admiración por esa modernidad inocente que traía el cambio de siglo. Y por ‘Operación Triunfo 1’, por qué no decirlo. Esta serie consigue trasladarnos a aquel tiempo con una mezcla de géneros: amor, comedia, amistad y, necesaria siempre, una buena dosis de drama adolescente y juvenil.

Todo ello lo vemos a través de la mirada de Irene (Giorgina Amorós), que se muda a Madrid desde Castellón para iniciar su etapa universitaria junto a unos compañeros de clase y de piso que pronto se convierten en sus compañeros de vida. Y en grandes aliados del espectador, porque si ya hemos calificado unas líneas atrás a Carlos González, lo que hace Blanca Martínez con su personaje Jimena, junto a aquel otro, es digno de unos Luis Merlo y Malena Alterio y sus Mauri y Belén en ‘Aquí no hay quien viva’. Unos personajes secundarios verdaderamente protagonistas de los que te enamorarás.

Y sí, Giorgina también vuelve a conectar mágicamente con el espectador, en este caso por esa frustración e inseguridad que caracteriza a su personaje y que recuerda a muchos de nosotros, que acabamos de terminar la universidad y que estuvimos a punto de tirar la toalla. Porque no puede haber nada más peliculero que un estudiante de cine.


En ‘Todas las veces que nos enamoramos’, la llegada a Madrid de Irene pone su vida amorosa patas arriba incluso antes de llegar. Sabe que comienza una nueva vida y quiere sentirse libre probando a estar soltera, pero tiene miedo de echar de menos a su novio Fer (Albert Salazar), que se queda viviendo en Castellón. Pero sus dudas dan igual porque, como digo, la vida de un estudiante de cine es así, dramática, intensa e inesperada. Así pues, prueba a seguir con su novio a distancia -pobrecita mía- y será en una de esas primeras noches que sale de fiesta cuando se cruce con un Julio (Franco Masini) que, sin saberlo, se convertirá en uno de esos amores que te marcan por siempre.

Llegados a este punto, la serie planteará el eterno debate de qué tipo de amor es el adecuado o más sano. Para ello, Irene nos lleva de la mano ante la pasión sin freno que le produce estar con Julio, el típico amor a primera vista que te sacude el corazón una y otra vez y que aunque pasen los años lo recuerdas con tiritas porque «algo queda entre nosotros dos», como decía Alejandro Sanz por aquella época. Y mientras, en la otra punta de España, Fernando, el chico que te espera, que sabe que siempre la querrá, a pesar de todo. El que la comprende, la ayuda, pero por el que no cortocircuita hasta quemarse.

Un dilema que Irene no dudará en resolver a base de emociones y saltos al vacío y que, aunque se eche en falta un poco menos de maniqueísmo en contra del personaje de Fer, nos atrapan desde ese casi primer encuentro en la universidad. Y todo ello mientras estudia cine, recordemos. Un bonito guiño del creador con el que refleja excelentemente lo que hay detrás de ese glamour que ilumina la industria del cine, pero que cuando se apagan los focos la vocación es lo más importante si quieres sobrevivir.

Así comienza a comprobarlo este grupo de amigos cuando se cuelan en la fiesta del director de moda el día que se preestrena su última película. Y como buena historia de amor llena de casualidades sin sentido, será en esta exclusiva localización en la que Irene y Julio por fin se conozcan. Y por si esto fuera poco, esa misma noche sufren juntos el atentado del 11M cuando montan a uno de los vagones afectados por las bombas escondidas por Al Qaeda. Un arriesgada apuesta narrativa que se intenta tratar con respeto y que no pretende convertirse en catalizador de la trama, aunque es cierto que en capítulos posteriores se nos olvida por momentos que sucedió por la sensación de aparente rápida recuperación de los personajes.

En este sentido, aunque los guiños a ‘OT’ y «Tesis», los móviles Nokia, los SMS, los ordenadores de sobremesa o los pósters de Chenoa están presenten en la historia, se echa en falta un mayor nivel de riesgo, bien narrativo o incluso visual, en cuanto a la nostalgia de la cultura pop dosmilera que persigue esa época hoy en día. Quizás para ello nos hubiera bastado con quedarnos en esos 2003 y 2004 en los que el rayo atraviesa a Julio e Irene y Jimena se come una galleta de la suerte, con mensaje incluido. Explotar aún más la narrativa de esa época, sin saltos al presente, que en ocasiones incluso confunden por la discreta caracterización por el paso de los años de los personajes. Y es que hay veces que nos quedaríamos a vivir tan a gusto en el recuerdo del pasado.

Será por la nostalgia de los años 2000, que disfruté siendo un niño, por los recuerdos que me traen la historia de Irene y Julio, o simplemente por el recuerdo de esos años de universidad viviendo con los mejores compañeros de piso que uno puede tener, pero ‘Todas las veces que nos enamoramos’ me ha ganado poquito a poco, como dice Amaral en Cómo hablar. ¡Feliz San Valentín!

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