ANÁLISIS DE AUDIENCIAS | Semana del 13 al 19 de mayo de 2019.
Nadie puede escapar del fenómeno televisivo por excelencia, de la esperanza depositada en Miki a los sentimientos encontrados con el país anfitrión, un año más, Eurovisión.
La cara de Miki al terminar su actuación en Eurovisión es probablemente lo más cercano al sentimiento de orgullo que he podido sentir en relación a este país en lo que va del año, a la espera de conocer lo que ocurre con Almodóvar en el Festival de Cannes. No hablo tanto de su puesta en escena o de su calidad vocal, que también, sino de esa ilusión contagiosa que ha acompañado al muchacho de Terrassa desde que se postuló como representante para el certamen. Costaba levantar el ánimo tras el batacazo del año anterior, pero ya sea por la actitud del triunfito o por los siempre benevolentes pronósticos de los eurofans, este año todos le deseábamos la mejor de las suertes al catalán. Miki no ganó, pero tras ver su actuación todos creímos que esta vez las cosas nos irían mejor, y eso también es una victoria. La ilusión mueve montañas, y en un país acostumbrado a perder desde 1939, que alguien sueñe y haga soñar al resto ya es un regalo para el espectador.
Por una noche al año un espectáculo televisivo no deportivo consigue reunir frente al televisor a familiares y amigos ante el único propósito de alentar al representante de su país, y criticar al resto, no nos vamos a engañar. La actuación de Miki se alzó con el minuto de oro de la jornada con más de 7 millones de españoles pegados a la pantalla, la gala completa registró un 36,7% de share y el momento de las votaciones alcanzó un estratosférico 44,6%. Son datos inalcanzables para cualquier espectáculo televisivo que se ofrece en España y que señalan una vez más el desaprovechamiento que hace la cadena pública de este fenómeno de audiencias. No se entiende que el evento no deportivo más visto del año no tenga por lo menos un previo o un post partido en condiciones, si fuera Mediaset tendrían hasta un canal 24 horas de seguimiento de los días previos al festival.
Más allá de la actuación de Miki el festival de este año estuvo marcado por el conflicto israelí-palestino, una contienda a la que desgraciadamente nadie presta atención durante el resto del año pero que aprovechando el foco eurovisivo genera mucha interacción en Twitter erigirse como abanderados de la causa Palestina. Hipocresía, o quiero pensar que buena fe cargada de contradicciones. El boicot debería ser eterno si tuviéramos en cuenta la falta de humanidad de todos los países del mundo. Y lo sé, no son lo mismo los crímenes de guerra israelís , que los muros de Trump o los mares de la muerte de Salvini, pero la única solución para ser fieles a nuestros principios pasaría por aislarnos en una cueva y comer tierra. Se puede seguir disfrutando de Eurovisión y denunciar el doble rasero de un país desde dentro, son mucho más efectivas las banderas mostradas por los representantes islandeses frente a millones de ojos que apagar el televisor para no ver un festival de variedades, como lo son los discursos feministas en la entrega de los Oscars o las proclamas del NO a la Guerra en los Goya del 2003.
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