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La crítica de la semana: Maldita dulzura la vuestra

La crítica de la semana: Maldita dulzura la vuestra

ANÁLISIS DE AUDIENCIAS | Semana del 7 al 13 de mayo de 2018.

La España más cavernaria quedó totalmente arrasada tras el paso de Alfred y Amaia por el festival de Eurovisión. El talento y la dulzura de esta pareja no convenció en Europa pero unió durante tres minutos a un país descosido.

Ni un estúpido boicot a través de las redes ni la ignorancia de alguna celebrity de la ultraderecha mermaron la audiencia estratosférica que alcanzó en España el festival televisivo más importante de Europa. Una media de siete millones de espectadores siguió todo el certamen a través de TVE, una cifra que se incrementó hasta los ocho millones durante el momento de las votaciones. La audiencia del festival es la más alta de los últimos diez años y la edición de 2018 se posiciona como la cuarta más vista de la historia de las audiencias en España. Es importante destacar estos datos de otro planeta para reivindicar que este país tiene vida más allá del futbol, que hay eventos no deportivos, por muy petardos que sean, con capacidad para aglutinar a las masas. Pero la audiencia de este año demostró algo todavía más reconfortante, fue una hostia de realidad para la España más rancia que intentó ensuciar la magia de dos veinteañeros con insinuaciones y descalificaciones solo aptas para dementes.

Bendita dulzura la de esta pareja que lejos de generar rechazo congregó a millones de españoles frente al televisor, y eso que no les pusieron las cosas nada fáciles. Una audiencia transversal rendida ante dos jóvenes transparentes, dos músicos que además de tener gusto cantando representan unos valores de los que tanto carece gran parte de la clase política española. Y eso es lo que más irrita a los nostálgicos de tiempos pretéritos, que ellos dos son un altavoz de máxima potencia para las causas que muchos creíamos perdidas. La idea de un país diverso y tolerante en todos los sentidos siempre irrita a los más reaccionarios, pero con Almaia al frente durante la noche eurovisiva les ganamos la partida. Los datos de audiencia demostraron que los que se llenan la boca hablando de España y pidieron la retirada de nuestros representantes son mucho más nocivos para el país que cualquier libro satírico. Uno ya intuía que después del paso de los representantes españoles por el festival algunos aprovecharían para machacarlos, pero uno nunca deja de sorprenderse cuando lee titulares de tan alto nivel como “unos cantantes de mierda”. A pesar del escozor inicial que puede provocar en los lectores este dardo envenenado revestido de juego de palabras, es mejor tomarse las cosas como Amaia, y pensar que algún día los hijos de esos “periodistas” aparecerán por su casa con un poster de Alfred o Amaia bajo el brazo.

Pero más allá de esta victoria del talento frente a la ignorancia, la actuación de Alfred y Amaia también se vio ensombrecida por la expectativa que se genera cada año. Y esta vez, siento decirlo, pero hay poca autocrítica para hacerse. Ellos estuvieron soberbios, vocal e interpretativamente casi perfectos. La canción era sencilla pero envolvente, nos encandiló a todos cuando la escogimos y a posteriori de nada sirve hacer suposiciones de lo que hubiese ocurrido con ‘Lo malo’. Y la puesta en escena, el punto al que se han agarrado la mayoría de críticos, es verdad que pecó de austera, pero cualquier elemento externo podía desvirtuar un tema musical que tenía su razón de ser en la sencillez. La canción y sus intérpretes son el polo opuesto al artificio, revestirlos de algo que no son hubiese matado su esencia, que es a su vez su mejor baza. Pero así somos, nos falta tiempo para tirar piedras sobre nuestro propio tejado, en España la mejor forma de canalizar la frustración es ejerciendo la autodestrucción. Un año más Eurovisión vino acompañado de polémica, pero este 2018 una navarra y un catalán reventaron audímetros juntando a familias y amigos frente al televisor; y por una noche todos sentimos que teníamos algo en común por lo que sentirnos orgullosos.

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