‘OT 2017’: bocados de realidad televisiva

Si habláramos de una serie, estaríamos entrando en el segundo acto. El más complicado y, a su vez, más determinante de una historia. Operación Triunfo ha madurado y, con ella, los concursantes, mostrando retazos de verdad televisiva.

Costumbrismo y emoción han vuelto a ser los signos característicos de esta quinta gala. Seguimos riendo con los aguacates (alguna marca distribuidora debería sacar partido a la publicidad gratuita que le está otorgando el programa) o los San Jacobo clandestinos de Aitana. Pero también vemos cómo nuestros chicos se derrumban en el confesionario, u oyéndose a si mismos terminar una actuación magistral que deseaban con todas sus fuerzas.

Es el caso de Raoul (que ya había despuntado, en las semanas anteriores) y, sobretodo, de Ana Guerra. Un perfil de participante a concurso musical que levantó bastantes reticencias entre los tuiteros y el público de casa. Parecía basarse en el patrón preestablecido de chica guapa con poca personalidad escénica. Ana consciente de ello, no se sacaba un cierto complejo de patito feo en sus actuaciones. Hasta que hoy, con una ranchera que parecía no dejarle lucirse vocalmente, se ha transformado en un cisne.

Raoul, por su parte, se ha tomado el número individual cómo un reto personal. El tema de Lady Gaga le chiflaba, pero quería demostrar que podía defenderlo en un escenario desnudo. Y lo ha hecho, con creces. Emocionando con cada frase y modulando la intensidad. Lo mejor que le puede pasar a un artista, y más si te toca un caramelo envenenado.

Agoney partía como favorito, con su interpretación de Conchita Wurst pero, por lo contrario, ha parecido tener un empache de azúcar, quedando mucho por detrás de lo esperable. Porque cuando actúas sólo, sin artificios, te lo juegas todo a una carta. Y esta intensidad, se irá incrementando gala tras gala, cuando vayan quedando cada vez menos concursantes en la academia. Los giros de guión no darán tregua. El segundo acto no perdona, y si no que se lo digan al nominado Cepeda.

Pero más allá de piruetas narrativas, es esa simplicidad lo que nos permite olvidarnos de estar viendo una gala televisiva. Una guitarra y una maraca pueden ser suficientes para llenar un escenario y hacer callar a un público sobrado de hormonas revolucionadas. Amaia no ha sucumbido a los deseos (perversos) de Manu Guix y ha vuelto a triunfar, acompañando a un Roi cada día más extravagante y marciano.

Hoy, hemos visto cómo la realidad de la academia se trasladaba al plató. El éxito, cada vez más acentuado, del chat comandado de Noemí Galera ha gozado de una presencia importante, con el concurso Eurovisivo de la semana pasada.  La realidad más “social” ha llegado al prime time, gracias a la nominación (y consiguiente expulsión) de Marina, y la irrupción de su madre  y novio. Un gran paso para Televisión Española, que se ha mostrado madura y moderna ante su público objetivo y, también, con toda esa audiencia que había tirado la toalla con el ente público.

¿Sería mucho pedir apretar las intervenciones familiares? Quizás es el momento de salir a la calle, a los pueblos y a las plazas. Para visitar a los familiares y amigos de los concursantes en sus escenarios naturales. Seguramente la dirección lo reservará para las semifinales y la final, pero estoy seguro reforzaría la imagen de fenómeno social. Ver una signatura de discos, o una actuación de los chicos en algún espacio público.

Porque Operación Triunfo ya es un fenómeno social. Completamente diferente al de la primera edición (¡faltaría más!). El mundo ha cambiado (para peor, en muchas ocasiones) y la juventud española no es la misma. Pero, en cierto modo, sigue estando huérfana de referentes. Y qué mejor ocasión para verse reflejados en un grupo que lucha y se esfuerza para alcanzar su sueño.

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