OPINIÓN | Esperanza, échame a mí la culpa

El sábado por la noche estuve en el concierto de Malú. Disfruté bastante, la chica tiene un directo para quitarse el sombrero. Y mientras la veía entre nubes y distancia, pensé en la cerdada de arrinconarla de momento en su entrevista con Bertín Osborne. No sé si llegaron a ver promociones de su encuentro en Telecinco, pero lo cierto es que la cadena dio un quiebro de último hora bastante inteligente. Este lunes fue festivo y el consumo televisivo se desploma considerablemente entre quienes se retozan en jardines por San Isidro y quienes se desmelenan por bulerías en El Rocío. Y Mediaset, que tonta del todo no pecar en ser, emitió la entrevista a Esperanza Aguirre. Un gol por toda la escuadra. “Vamos a protegernos, por si nos vienen mal dadas”, dijo el que manda.

Y ahí la tuvimos. A la gran Espe. Fue sublime ver el previo que de su interviú se hizo. Se la trató de Superviviente, no sin pasar por alto la cabecera del reality estrella. Incluso, yo añadiría otro guiño para Mediaset: Aguirre es la Gran Hermana o la Hermana Mayor, tanto monta. Todo queda en casa, entre colegas de lo mismo. Y de charla riojana fue la cosa entre Bertín y Espe. Nada más arrancar, la política dejó algo claro: “Yo de pequeña no fui roja, Bertín, nunca fui roja. Salí pelirroja, que no es lo mismo, hombre”. Asentando bases, como Dios manda. Todo esto justo al dejar la bicicleta con la que vino apostada en la puerta del casoplón sevillano de Osborne. Eso lo hace Pablo Iglesias, y le caen chuzos de punta.

Pero claro, es algo habitual el venir en bici a una entrevista millonaria de parte de alguien que se define a sí misma como “natural y políticamente incorrecta”. Términos que no seré yo quien se los desmonte. Fuera de chistes, me encontré con una Espe cercana, espontánea, dicharachera, sin filtros aparentes. Eso sí, una señorona de bien, que tuvo una educación religiosa y que no titubea –presten atención al titular, por favor- al descargar lo que sigue: “Mi madre se dedicaba a tener niños y mi padre era abogado”. Olé ahí ese feminismo patrio. Con dos pares, en este caso de ovarios. No obstante, cuidado para quien le pregunte si es fácil o no compaginar la política con ser madre. Ahí, fíjate, sí que saca su vena reivindicativa: “Me joroba bastante, porque a los hombres no les pregunta eso”. Ay, ay.

Pero me voy a relajar, porque de verdad que la entrevista me gustó y mereció la pena ver a una mujer desconocida para mí. Me enterneció y enamoró cuando narró su historia de amor con Fernando, su marido. Ahí se le humedecieron unos ojos que vi auténticos. Justo entonces salió la mujer que sabía que se amurallaba entre perdigones mediáticos. Siempre pensé y pienso de ella que es una suerte de bendición para el Partido Popular, junto con Cifuentes.

No hablaré de mis inclinaciones políticas, que por otro lado las tengo difusas. Esperanza Aguirre departió también junto con Bertín sobre corrupción. Se mostró inflexible y tiránica ante la deslealtad: “Que paguen lo que tengan que pagar, y si Granados está ahí, será por algo”, sentenció. La honradez la lleva colgando como máxima. Mientras la veía cocinar, hice una reflexión al aire: ojalá fuera tan feminista como honrada, y no dejara entrever perjuicios económicos hacia la mujer por un bien común. Pero insisto, eso se quedó en el aire de mi habitación.

Ella no se calla, al menos en lo fundamental. Y así lo atestiguó llevando su nuevo libro bajo el brazo, y al que nombró varas veces. Escupió contra Podemos, alegando que están dispuestos a negar lo que sea con tal de conseguir su objetivo. Y casi al mismo tiempo, hizo autocrítica: “Hemos perdidos muchos votantes, y eso es por algo. La corrupción ha tenido que ver, pero también creo que hemos olvidados la exposición en los medios”, asegura.

Ha sido un encuentro televisivo sin rival, y en el que continuamente sobrevolaba una canción que se empecinaba en tararear la propia Esperanza: Échame a mí la culpa, de Albert Hammond. ¿Mensaje subliminal? “Sabes mejor que nadie que me fallaste, que lo que prometiste se te olvidó…”.

El por qué de las cosas catódicas | Jesús Carmona. 


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