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La crítica de la semana: 'Sabor a rancio', el odio invade los programas matinales

La crítica de la semana: 'Sabor a rancio', el odio invade los programas matinales

ANÁLISIS | Semana del 11 al 17 de mayo de 2020

Con el paso de los años las mañanas televisivas han ido derivando hacia trincheras ideológicas con mucho margen para las malas artes.

Lejos quedan aquellos tiempos en que los magacines matinales dedicaban gran parte de su contenido a los dimes y diretes del famoseo patrio. Eran programas más mundanos, entretenimiento de mesa camilla para un público con pocas ganas de guerra mañanera. La bronca estaba reservada para los gurús radiofónicos, mientras la televisión se encargaba de no incomodar a la audiencia con contenidos dirigidos a las amas de casa.

María Teresa Campos fue pionera en introducir la tertulia política en sus programas matinales. Pero no era lo que son ahora. Entonces se trataba de un intercambio de opiniones y no de una guerra de zascas. Se premiaba el análisis sosegado y el respeto al adversario, y pese a intuir la ideología de la moderadora, esta se esforzaba en no imponerla.

En los últimos años la mañana televisiva ha mutado en bastión de la derecha más rancia. Los tertulianos conservadores de antaño han evolucionado en hooligans de derechas, cada vez menos pudorosos en mostrar su cara más facha. Los Inda y los Negre se han erigido como grandes estrellas de la derecha mediática, y las cadenas, lejos de reprimir la radicalidad de sus discursos, los premian con más horas de televisión. Agoreros, incendiarios y demagogos cotizan al alza en función de su capacidad para difamar todo aquello que huela a progre. Reductos de patriotismo exacerbado, moral neocatólica y demagogia barata.

De los altares de la comunicación matutina emergen explotadores del miedo social con el fin de inocular ideología. Y nada mejor que una pandemia mundial para aprovechar el terror de la audiencia para difundir mensajes con alta carga panfletaria. Ejemplo de ello es el sepulturero Nacho Abad en ‘Espejo Público’. Ahora combina su tarea de morboso narrador de sucesos con el análisis político de brocha gorda. Si un médico participa en el programa para reivindicar la necesidad del confinamiento, Abad, de forma torticera, defiende el paso a la fase 1 sacando a relucir el caso de una tal Jennifer que ha aparecido minutos antes en el programa para  denunciar su situación de pobreza. Así es Nacho, te hace un análisis macroeconómico en 5 segundos y la objetividad la deja en el retrete.

‘Espejo público’ es un ir y venir de rancios en horas bajas. Otro referente del programa es el gran divulgador Fran Rivera. Aprovechando el coronavirus, el torero se viene arriba y se transforma en epidemiólogo de Harvard, dando lecciones sobre medidas sanitarias cuando en su currículum solo aparece la titulación de asesino de toros.

Y mientras Susanna Griso ve pasar toda esta retahíla de animales de feria por su programa, y más por omisión que por convicción perpetúa sus mensajes, en la competencia directa, Ana Rosa Quintana ya se ha quitado definitivamente la careta de “conservadora cool”, que llevaba años aguantando, para sacar a relucir su verdadero yo. Ana ya está de vuelta de todo, y por los años que le quedan hasta la jubilación, prefiere no esconderse y reivindicarse como la heredera de Curri Valenzuela.

Toda la inquina que vierte AR hacia la izquierda es directamente proporcional a su capacidad para relativizar las fechorías de la ultraderecha. En el ideario de la presentadora de 'El programa de Ana Rosa', mientras Catalunya está sitiada por culpa de terroristas con barretina, en el barrio de Salamanca viven activistas oprimidos con anhelos de libertad. Mientras la comunista Irene Montero se dedicaba a contagiar a toda Europa en la manifestación del 8M, Isabel Díaz Ayuso tiene todo el derecho a vivir eternamente en un apartamento de lujo de misteriosa contratación. Así es la Quintana, y así están las mañanas…

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