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OPINIÓN | La cara B de Jordi González

 Por Jesús Carmona
 El porqué de las cosas catódicas.

Ay, por favor, qué calor hace en este plató. Esa frase la acompaña Jordi González con una mirada elocuente y con facundia hacia su directora del debate de 'Gran Hermano 17'. Ese guiño, o guiñol titiritero, lo dice todo. Se activa un arsenal en pos, únicamente, del bienestar del catalán. Jordi detesta el calor, su displicencia por las altas temperaturas ha llegado, incluso, a reunirlo en un despacho aterciopelado, con mesa de caoba, en Mompuo. Le gusta trabajar mecido por unas buenas condiciones. Es más, ha dejado patente en más de una ocasión que su requisito pasa casi únicamente por sentirse cómodo en directo.

Todos los espacios que capitanea se tornan en platós gélidos, con unas temperaturas castañeteantes. Los que sufren esta cruzada de González son el resto de mortales que conforman el debate de GH. Es habitual escuchar esbozos de quejas silentes; alegatos sobre el tremendo frío tarascándole las vísceras. Mientras, Jordi se desarrolla sin una brizna de sudor. Me aseguran que este problema obedece a temas psicológicos y estéticos. Sobre todo, esto último. Si el presentador comienza a emperrarse en que hace calor baña la camisa y las perlas comienzan a hacerle brillar la tez. Y con el brillo se le corte el maquillaje y quedan a la luz unos surcos faciales de los que nada orgulloso se siente. 


La inseguridad le provoca nervios insospechados. Tan sabida es esta dolencia en el mundo Mediaset que algunos compañeros de profesión se niegan a compartir espacio con el catalán. Me cuenta un periodista avezado que hace unos años, en una gala aniversario de la cadena, hubo una sonora discusión entre Jordi y María Teresa Campos. Ésta, contrariamente, esquiva los malos aires y los lugares de aire acondicionado a cañón. Que se lo pregunten a los de 'Sálvame', que cada vez que defiende a la audiencia, tienen que sentarse en su silla -siempre colocada en el mismo punto- para cerciorarse de que no corre aire que la constipe. Pues bien, como decía, hubo una buena bronca entre ambos que los alejó durante un tiempo. En aquella gala ganó Campos y Jordi sudó la gota gorda y se le empañaron hasta las gafas.

En otro orden, las que parece que han hecho temblar los cimientos del coso rosa y televisivo son María Casado y Toñi Moreno. Ha salido con luces y taquígrafos, y de buena tinta, su relación sentimental. Hecho que se remonta a hace dos años, y que ha provocado una catarata de llamadas amenazantes a redacciones digitales y gráficas. Enfado mayúsculo se han agarrado ambas presentadoras. Aseguran que están moviendo fichas judiciales ante lo que estiman un atropello a su vida íntima. Rehusan hablar con los medios y los tiran a las fauces de sus abogados. Queda mucho por escribir sobre esta historia de amor. La que cierra filas y delega en su secretaria para evadir temas espinosos es la amiga de ambas, Mariló Montero. Me coge el teléfono su escudera: "Mariló no va a decir nada sobre ese tema. Gracias, buen día", desea cortés. Sé que ha sido la navarra quien ha instado a las protagonistas para que interpongan medidas judiciales.


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