Para sorpresa de nadie, Melody no ganó Eurovisión. Por más empeño que le puso, Europa no cayó rendida a sus encantos. Ni una ejecución vocal perfecta ni una puesta en escena resultona fueron suficientes para alcanzar los primeros puestos. Pero nadie pudo reprocharle a nuestra representante su implicación y vehemencia para llevar el camp español a su máximo esplendor.
Y que nadie pretenda atribuirle una connotación negativa a lo hortera; dentro del contexto de Eurovisión, lo kitsch aporta un valor añadido. De eso se trata: Eurovisión es lo que es, una fiesta del exceso, la purpurina y el histrionismo. Y en eso, Melody va sobrada. Nadie como ella, en pleno siglo XXI, podía sostener con dignidad la caricatura de nuestro folclore hasta hacerla brillar en el escenario.
En esto de las candidaturas eurovisivas hay teorías para todos los gustos. Argumentos para sostener posiciones en todos los sentidos: que si una propuesta no es “eurovisiva”, que si no se puede tirar de estereotipos, que si se premia más la originalidad que lo mainstream…Todos los opinadores intentan justificar sus filias y fobias a las candidaturas de turno a través de mantras repetidos cada año. Pero al final lo que pesa es una buena ejecución encima del escenario. Un número musical que funcione como un engranaje perfecto. Y en esto Melody dio el callo.
Talento y ganas no le han faltado. No ha desfallecido en ningún momento, demostrando su implicación con el festival durante los meses previos. Cantando ‘Esa Diva’ hasta la saciedad en todas las alfombras rojas posibles y gritando a los cuatro vientos las ganas que tenía de representar España en el festival.
De eso va también ser el representante de un país en Eurovisión, no solo de cantar bien, sino también de mostrar ganas. Porque más allá de encandilar a Europa, tienes que ofrecer una propuesta que anime a tus paisanos para que vean la final con algo de ilusión. Y es lo que sucedió, el festival arrasó en audiencias en nuestro país superando el 50% de share. Melody vendió el pescado como nadie. A su manera, puro derroche de afectación, pero con entusiasmo. Como si le fuera la vida en ello, encarnando a una folclórica de los años 60 viajando a Europa por primera vez.
España es mucho más que Melody, pero Melody también es España. Una España divertida y talentosa que también merece ser llevada a un espectáculo hortera como es Eurovisión. Un souvenir de nuestro país que no desentona para nada entre tanta guirnalda europea. Una feria del cliché andante. Probablemente, nuestra última folclórica.
Melody quedó antepenúltima, pero el orgullo patrio quedó resarcido gracias al atisbo de valentía de RTVE respecto a la participación de Israel en el festival. Aunque un cartel pidiendo paz y justicia no vaya a cambiar el mundo, sí que supuso un motivo de orgullo patrio para todos aquellos que asistimos asqueados a la normalización de un país genocida. Hay que replantearse muchas cosas después de asistir al bochorno de las votaciones de anoche. España no puede ser cómplice un año más de la banalización de los derechos humanos.
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